“Feliz 2020”: un repaso por la pérdida colectiva

“La vida es una sucesión de dolorosas pérdidas”, sentencia Gustavo Martín Garzo a propósito de la película Dolor y gloria, de Almodóvar. El escritor vallisoletano analiza con precisión la historia del director manchego.

Yo solo he visto dos películas en mi vida que hayan logrado despertar en mí un sentimiento que me haga llorar desde dentro. Una de ellas es Call Me By Your Name. Este filme, que vi en la pantalla grande cuando cursaba primero de Periodismo, supo explicarme muchos sentimientos que había experimentado hasta entonces.

La otra es la que da inicio a esta columna. Pedro Almodóvar captó con sutileza y profunda belleza el despertar del primer deseo hasta convertirlo en una obra de arte. El lienzo, pintado sobre un trozo de cartón, se desliza por las manos de Salvador Mallo, justo antes de entrar en quirófano.

La vida es una sucesión de momentos compartidos. Con otros o con uno mismo. Y quizá uno de los mayores errores es no encontrar tiempo para dedicárnoslo, precisamente, a escarbar en nuestro interior.

Desde la experiencia colectiva del confinamiento provocado por la pandemia de Covid-19, la noción del tiempo se ha vuelto algo confusa. La pérdida, de la esperanza, en este caso, es quizá una de las heridas más difíciles de cerrar.

El ser humano ha vivido siempre mirando hacia al futuro. La idea de prosperidad ha impulsado la solución a todos los problemas que nos aquejan, también la búsqueda insaciable de una vacuna eficaz y un tratamiento adecuado para la Covid.

Cuando el mundo se vio sorprendido por ese tsunami de incertidumbre, muchas personas perdimos el norte. De repente, todo lo que estaba organizado simplemente ya no estaba. Los viajes se cancelaron, los países se encerraron y las personas tuvimos que comenzar a pasar tiempo con nosotros mismos.

De esta experiencia de pérdida colectiva, de vidas, de recuerdos y encuentros que no existieron jamás; de esta interrupción, nació un sentimiento distinto.

De repente, las personas comenzaron a exigir el Estado del Bienestar que les habían recortado. ¿De qué sirve trabajar 12 horas al día si luego no puedo disfrutar de la vida? Como hechizados por la pócima de la esperanza perdida, millones de trabajadores en Estados Unidos dejaron sus empleos.

Los seguidores de Donald Trump entraron en la sede de la soberanía popular de Estados Unidos. Movidos por la pérdida, capitalizada a conveniencia por el ‘Salvador’ de anaranjado cabello.

El desconcierto, la pérdida del futuro y el estrés generado por el pasado reciente y los sueños truncados modelaron un ser humano mucho más centrado en sí mismo. Como Mallo, fumando un chino para olvidar todos sus dolores que le aquejan desde hace años.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde 2020? Parece una eternidad, ¿verdad? El otro día, me llamaron para ofrecerme un puesto de trabajo. Al otro lado del teléfono, la técnico de recursos humanos me preguntó cuánto tiempo llevaba en mi actual puesto.

– 6 meses.
– Pues en el currículum pone que llevas un año y medio – me espetó, extrañada.

Corrí como un bólido a la carpeta en la que guardaba la hoja de vida. Efectivamente, en el papel ponía “desde junio de 2020”. En el fondo, el año era como si no hubiese acabado nunca. Mi subconsciente sigue en 2020, esperando a que la Covid le devuelva todo lo no vivido. Todo aquello que he perdido, dolorosamente.

Esta imagen se tomó un 16 de junio de 2020. Tras semanas de “desescalada”, ya podíamos salir a la calle a hacer ejercicio sin mascarilla.

Una tormenta sorprendió al que ahora escribe a unos kilómetros del centro de la ciudad. El cielo se encapotó en menos de quince minutos y, como en cualquier tormenta de verano, truenos y una lluvia intensa se desataron de forma repentina.

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